Alta tensión
Jueves, 09 de Mayo de 2024
Puede ser que la mayoría de los colombianos haya aprovechado la Semana Santa para olvidarse de las preocupaciones diarias, pero ese no fue el caso de quienes le siguen la pista al sector energético. El motivo es el descenso continuado en el nivel de los embalses que nutren a las hidroeléctricas existentes, las cuales son la columna vertebral del sistema interconectado.
De acuerdo con los parámetros históricos, en los últimos 12 años éstas han aportado el 77% del consumo nacional. Gracias a ello, Colombia cuenta con una fuente de energía mayoritariamente limpia y competitiva, que necesita ser sustituida parcialmente en periodos difíciles como el actual.
Las alarmas están encendidas desde hace meses, una vez se confirmó el fenómeno climático de El Niño. Como éste afecta el régimen de lluvias, cuidar el agua se convierte en prioridad, algo que implica apoyarse más en las plantas térmicas movidas por carbón, gas o combustibles líquidos.
Y aunque algo de eso ha sucedido, la combinación de sequía y señales equivocadas por parte del Gobierno dan como resultado una disminución acelerada en el líquido represado. Tanto que, a menos que ocurra un cambio drástico en la hidrología durante los días que vienen, la probabilidad de un racionamiento tiende a subir.
Los números son elocuentes. Al comenzar 2024 los embalses estaban en cerca del 70% de su capacidad, un colchón que sonaba adecuado. Para finales de enero, el dato bajó a algo menos del 56%, un guarismo que cayó al 43,8% al terminar febrero.
Hasta ese momento, las cosas se ubicaron dentro de lo previsto. Frente a la temporada seca de 2016 -que fue particularmente intensa- la comparación era favorable. Ante ello la firma especializada XM sostuvo que “de mantenerse hidrologías deficitarias como las históricas, (..) sin presentarse eventos extraordinarios (…) y con la finalización de El Niño dentro de los pronósticos hechos (…) el país cuenta con los recursos suficientes de generación de energía”.
Sin embargo, unos días después las alertas se dispararon. El motivo fue que los embalses se ubicaron en su valor más bajo para la misma fecha en 20 años. De hecho, el 29 de marzo el registro fue de 31,9%, apenas cinco puntos por encima del que los conocedores describen como un punto crítico.
Dado de que se trata de un promedio, hay lugares en donde el dato es mucho menor. Por ese motivo, y así existan reportes de aguaceros intensos en varias poblaciones, lo que importa es que la pluviosidad mejore en las cabeceras de los ríos que alimentan los embalses, lo cual todavía dista de lo que es considerado normal. De lo contrario, apagar una o varias plantas sería inevitable.
Al respecto, los optimistas recuerdan el refrán de “en abril, lluvias mil”. Pero mientras la meteorología no confirme el dicho popular, habrá que mantener la guardia en alto y apoyarse mucho más en la generación térmica o en la de fuentes no convencionales, como la energía solar o la eólica, que en horas específicas del día llegaron a significar más del 10% de la oferta durante febrero.
Lamentablemente, una mirada a las estadísticas muestra que en la presente ocasión eso no ha sucedido con la intensidad necesaria. Por ejemplo, durante El Niño de 2010, la participación de las térmicas llegó a representar más del 60% del consumo y en 2016 esa proporción fue de más de la mitad. Ahora, en cambio, se ubica en 40%.
Puesto de otra manera, el gasto de agua en marzo acabó superando las expectativas iniciales. Aunque las explicaciones son múltiples, una primordial es que los seguros usuales no funcionaron del todo bien y en especial el precio de la energía en bolsa, en la cual se transan excedentes y faltantes de corto plazo.
Bajo la lógica implícita del modelo, un valor mayor del kilovatio lleva a que más térmicas se enciendan pues así pueden recuperar sus costos, que son más elevados por cuenta del combustible que utilizan. Así empezó a verse en los últimos días cuando el indicador, que rondaba los 530 pesos, superó los 850 y la generación térmica cubrió cerca del 50% de la demanda.
Quienes saben del asunto señalan que el mecanismo se vio afectado por las repetidas amenazas del Gobierno sobre una eventual intervención en la bolsa. Para no exponerse a ser puestos en la picota pública, los operadores optaron por acudir a los embalses en lugar de ahorrar líquido y no ser criticados como especuladores. Dicho de otra forma, se puso en riesgo la señal de escasez, con lo cual se alteró la distribución de las cargas.
Ahora se están pagando las consecuencias de la incertidumbre. Incluso si la situación se normaliza y el fantasma de un racionamiento se disipa, una de las lecciones que queda es que poner en entredicho las reglas de juego resulta ser altamente peligroso y potencialmente contraproducente.
“Estamos en el filo de la navaja”, opina el experto Juan Benavides. “Por la naturaleza de la incertidumbre sobre la duración e intensidad de El Niño y la conjunción de unas semanas adicionales muy secas, con alguna contingencia de otro origen, se pone en riesgo el suministro”, agrega.
Más alarmante todavía es que queda en evidencia la fragilidad del sistema hacia adelante. Aun bajo el supuesto de que la coyuntura actual se podrá superar, las probabilidades de un apagón en el futuro cercano vienen en aumento.
Sin ir muy lejos, a finales de 2025 y comienzos del 2026 el margen de maniobra se ve muy limitado, así el clima no le juegue una mala pasada al sector. Para 2028 la perspectiva de cortes de electricidad obligatorios es casi inevitable de no concretarse una reacción a tiempo.
Como lo explica el exministro Amylkar Acosta, “el Sistema Interconectado Nacional sigue en alto grado de estrés debido a que la demanda de energía crece a un ritmo muy superior a la oferta”.
Sostiene que “el margen de maniobra es muy estrecho, de lo cual se sigue que cualquier contingencia que se presente pone en riesgo la firmeza y la confiabilidad en la prestación del servicio”.
Teniendo en cuenta que los escenarios se elaboran con años de anticipación, lo corriente es definir qué se necesita para poder atender las necesidades del país y reaccionar en consecuencia. En últimas, se trata de que se construyan plantas y exista un margen adecuado de disponibilidad en caso de imprevistos.
Lo que se ha visto hasta la fecha es que el consumo se ha comportado de manera mucho más vigorosa. En zonas como la costa Atlántica se han visto crecimientos que llegaron a superar, a finales de 2023, el 10% anual en segmentos como el residencial.
Como consecuencia, la Unidad de Planeación Minero Energética (Upme) del Ministerio de Minas y Energía actualizó hace poco sus proyecciones de demanda y adoptó el escenario que muestra un crecimiento del 4,3% en los años que vienen, un número muy superior al que se plantea para la economía colombiana. Ello quiere decir que así la actividad productiva avance a ritmo lento, los colombianos van a usar más electricidad.
Dicho escenario parte de una realidad insatisfactoria. Es verdad que entre 2021 y 2023 la capacidad instalada del sistema interconectado aumentó en 2.269 megavatios, que es una cifra destacable. El problema es que lo registrado es apenas una fracción de lo que se había previsto.
Para citar un caso, el año pasado apenas se concretó el 17% de lo que se anunció originalmente, pues una buena cantidad de parques solares y eólicos no se construyeron por motivos regulatorios o de dificultades en el terreno.
Frente a las circunstancias, las autoridades hicieron una subasta de cargo por confiabilidad cuyos resultados se conocieron a mediados de febrero. Tras recibir las propuestas de expansión, los pronunciamientos oficiales las calificaron como un éxito y aseguraron que se habían despejado los interrogantes.
Una mirada más fría muestra que no hay muchas razones para celebrar. El motivo es que así entraran a tiempo todos los proyectos favorecidos, quedaría un colchón muy delgado para atender a la plenitud de usuarios del servicio.
Como si eso no fuera suficiente, la historia debería servir de referente. Un comunicado de Acolgén –el gremio de los generadores– recordó que en el pasado “solo 6 de 10 megavatios de las asignaciones en subastas previas entraron en operación y menos de 3 de cada 10 lo hicieron en la fecha programada”.
Además, la gran mayoría de los kilovatios futuros provendrán de fuentes renovables de carácter intermitente. En concreto, ni la radiación solar ni el viento generan la misma electricidad a lo largo de las 24 horas. Por tal motivo, ninguna de esas opciones –que son las que representan la gran proporción de la ampliación esperada– puede calificarse de energía firme, a menos que suceda pronto un salto tecnológico que permita el almacenamiento.
Ante semejante advertencia, lo lógico sería que el Gobierno convoque a un diálogo con los diferentes actores de la categoría para encontrar soluciones. Dentro de un esquema de manejo responsable, el objetivo debería ser evitar los futuros dolores de cabeza en lo que atañe al suministro de electricidad, independientemente de que el Pacto Histórico esté o no en el poder.
No obstante, la administración Petro oscila entre la negación de una emergencia presente o futura y los sesgos ideológicos que la llevan a cuestionar la presencia de operadores privados en los diferentes eslabones de la cadena. En el entretanto, pone el grito en el cielo por el valor de la factura que pagan los usuarios.
Y si bien este es un tema que amerita toda la atención, el debate hay que plantearlo a partir de lo constatable. De tal manera, en el costo de la tarifa que paga la gente, 35% corresponde a la generación, 5% a la transmisión, 38% a la distribución, 13% a la comercialización y el resto a otros conceptos que pueden incluir sobretasas municipales.
Lograr alivios exige contar con una visión panorámica que se combine con las particularidades municipales o regionales. Eso es algo muy distinto a hacer generalizaciones y simplificar una discusión que amerita darse en el terreno técnico, con la menor interferencia política posible.
De lo contrario, las crisis amenazan con volverse recurrentes. En caso de seguir por la senda actual, el campanazo de alerta ocasionado por la caída en el nivel de los embalses volverá a presentarse de manera frecuente.
Otra sería la historia si el marco institucional que se construyó tras el racionamiento de 1992 persiste y acaba fortaleciéndose. Condiciones apropiadas lograrán que lleguen las inversiones indispensables para modernizar y hacer más eficiente un sector que requiere estar a tono con los avances tecnológicos y la sostenibilidad.
A pesar de ese deseo, el espacio para el optimismo es reducido. “No se ven señales de proactividad pública para responder a estos posibles eventos”, agrega Juan Benavides. “Parece ser una mezcla de desconocimiento del sector y foco en asuntos no prioritarios”, concluye.
Es válida, por lo tanto, la preocupación de que se nos vayan las luces, tanto en el plano figurado como en el real. Hay todavía tiempo para actuar, pero con cada día que pasa el margen de maniobra es menor, sobre todo si se trata de evitar que esta sea la crónica de un racionamiento anunciado. Ya sea ahora o más adelante.