‘El Turco’: embajador del vallenato

Jueves, 16 de Septiembre de 2021

El hombre maduro moreno, nariz ancha, pelo ensortijado ya escaso y con cara eterna de apacibilidad que está detrás del acordeón rojo Hohner tres coronas y hablando de Los niños del vallenato es el mismo que justo el día en que nació, un octubre de 1948 en una casa del barrio El Cafetal, de Villanueva (La Guajira), su padre, al verlo por primera vez, le dijo “¡estás rosadito y rozagante, pareces turco!”

El orgulloso abuelo paterno, que estaba en la misma habitación, la cogió al vuelo y desde ese día y fiel a esa costumbre del Caribe colombiano de poner apodos para, tal vez, simplificarse la vida social, lo bautizó para siempre: Andrés Eliécer ‘el Turco’ Gil Torres.

Todos en la región y en buena parte del país y el mundo lo conocen así, como ‘el Turco’ Gil. Solo personajes como Bill Clinton y funcionarios del Gobierno colombiano lo llaman “Mr. Andres” o “señor Andrés” y, confiesa a sus 72 años en una fresca tarde valduparense, cuando eso pasa le cuesta entender que se están refiriendo a él. Incluso, cuando le toca hablar en primera persona, él se llama por su mote.

El nacimiento del ‘Turco’ vino a complementar la alegría de una casa y de un barrio que parecían estar de fiesta a cualquier hora del día y donde las notas musicales se colaban y salían de las edificaciones como un halo que mantenía a sus habitantes en un estado eterno de felicidad.

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No podía ser de otra manera. Juan Manuel Gil, el padre del ‘Turco’, era un reconocido trompetista y dueño y director de su propia orquesta; el patio de su casa daba con el de la familia de ‘Beto’ Murgas, también músicos; era vecino del viejo Emiliano Zuleta y de Antonio Amaya; a unas pocas viviendas estaba su tío Reyes Torres, quien también ensayaba allí con su orquesta –la mejor de la región–, y en la calle contigua estaban dos parejas de hermanos, inclinados también por los aires vallenatos: Rosendo e Israel Romero, quien años después fundaría el Binomio de Oro, y Ever y Egidio Cuadrado, el eterno compañero de Carlos Vives.

El pequeño ‘Turco’ cogía calle desde muy temprano y como es común en los pueblos del Caribe –y mucho más en esas épocas– el “pela’o” desayunaba en su casa, almorzaba en la del frente y cenaba en la de al lado, impregnándose de música desde que se levantaba con el susurro de su madre, Luisa Torres. Estaba rodeado de notas de trompetas, clarinetes, saxofones, acordeones, cajas, tumbadoras y guacharacas.

“Por eso –recuerda–, a los 7 años ‘el Turco’ ya tocaba trompeta y leía y escribía música en los pentagramas que me daba mi papá. A esa edad empecé a estudiar saxofón y clarinete, pero nunca había cogido el acordeón”.

Era cuestión de tiempo. Ocurrió una mañana en la que se levantó muy temprano, sin siquiera esperar el susurro de su madre, y se dirigió al patio de la casa, que había sido el escenario la noche y la madrugada de la víspera de una de las habituales parrandas que allí se hacían y a la que solían llegar, entre muchos otros, el vecino Emiliano Zuleta, Leandro Díaz, Rafael Escalona, Guillermo Buitrago y hasta personajes de la magnitud de Alfonso López Michelsen.

Allí, cerca del frondoso almendro que coronaba el patio de tierra, ‘el Turco’, entonces de 12 años, vio un pequeño acordeón encima de un baúl. Era el de Emiliano Zuleta, el mismo de La gota fría,quien se había ido para su casa en la madrugada desbordado de los placeres de la parranda.

“He cogido ese acordeón, que era de una hilera, de los primeros que llegaron a nuestra región, y me puse a escribir las notas que sacaba: me di cuenta de que era un instrumento limitado, pues tenía solo 7 de los 12 sonidos con la que se hace la música en todo el mundo –cuenta ‘el Turco’–. Sin embargo, empecé a practicar y a tratar de sacarle el mayor provecho a ese instrumento, afortunadamente en el año 65 ya nos llegó un acordeón de tres hileras con todos esos sonidos, incluidos los tres pitos que les llamaban disonantes”.

Fue, además de un motivo de gran alegría para él, una revelación. Estudió día y noche el nuevo acordeón, para explotar todos sus sonidos y posibilidades y ejecutarlo de una forma diferente a como lo hacían los demás, que, podría decirse, era de una forma básica. Tanto les incomodaba el nuevo instrumento a los acordeoneros que, por ejemplo, el maestro Luis Enrique Martínez, ‘el Pollo Vallenato’, comentaba a cada rato que debían quitarles “esos piticos maricas”.

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En el primer año Gil, por sus estudios musicales y perseverancia, dominó de tal manera el acordeón Hohner tres coronas que grabó su primer trabajo discográfico de paseos, merengues y puyas vallenatas. Al escuchar el LP, el ya entonces famoso Alfredo Gutiérrez exclamó: “Ñerda, ‘el Turco’ se adelantó 30 años a la música vallenata”, mientras que César Castro, otro de Los corraleros de Majagual, lo tildó de “acordeonero del otro mundo”.

Por supuesto, en una tierra conservadora a todos no les terminaba de gustar el estilo de Gil, quien se paseaba por todo el pentagrama. “Muchos comentaban ‘eche, ese man no toca un carajo’”, ríe. Sin embargo, otros grandes músicos de la época, como Lucho Bermúdez y Pacho Galán al escuchar el vinilo dijeron: “¡no jodaaa, ese carajo sí conoce de acordeón y de música!”

De ahí, sin proponérselo directamente, viene aquello de que ‘el Turco’ es el pionero de montar la primera escuela vallenata. Músicos de toda la región comenzaron a buscarlo para pedirle orientación de cómo tocar acordeón como él, de cómo hacer sonar este pito, este otro y aquel de más arriba.

Uno de ellos fue Ismael Rudas, quien para aprender a tocar como Gil se mudó a la casa de este. En esas llevaba tres días tratando de aprenderse Ojos saltones, una canción que había grabado el ‘Turco’, pero nada que podía a pesar de que desde que se levantaba se ponía a ensayar; solo paraba para pasar a la mesa a comer.

En un almuerzo, Rudas le dijo a la mamá de Gil: “Señora Luisa, usted qué le daba al ‘Turco’. Mire esas cosas raras que hace y cómo toca el acordeón”. La mujer, poniendo en la mesa los platos rebosantes de yuca y chivo guisado, respondió con una carcajada: “marihuana en el tetero”.

La fama de Gil corrió rápido por la región, como la brisa que baja de la Serranía del Perijá.

Los papás golpeaban la puerta de su casa para pedirle al ‘Rey del disonante’, como empezaron a llamarlo, que les enseñara a sus hijos, pero no de la forma tradicional sino como él tocaba, porque la gente decía que ‘el Turco’ sí sabía de acordeón. Fueron llegando tantos que el día no le alcanzaba para cumplir con sus obligaciones musicales, tampoco la sala ni los turnos, por lo que fue acomodando las clases en el patio, debajo del almendro testigo de parrandas.

“Como ‘el Turco’ estudió la música, empecé a darle un mejor trato de armonía a nuestro vallenato, que se venía manejando de forma muy pobre. Empecé a rellenarle a los cantantes, les decía vamos a hacerles círculos armónicos, a usar este pito acá, este bajo allá, métele este acorde, este lujo, este acompañamiento y así se dieron las cosas”, cuenta.

Fue en 1979 cuando creó formalmente la academia vallenata que lleva su apodo y su apellido; por ella han pasado centenares de niños que con el tiempo se convirtieron en reconocidos músicos y acordeoneros como Gonzalo ‘Cocha’ Molina (rey de reyes en el Festival), Sergio Luis Rodríguez (ganador de tres Grammy Latinos, rey infantil y rey vallenato), Lucas Dangond, Manuel Julián Martínez, Luis José Villa, Cristian Camilo Peña (rey vallenato), Juan Mario de la Espriella, Éibar Gutiérrez y Daniel Maestre, entre muchos otros.

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A finales del siglo pasado, en 1999, creó con los más talentosos de su academia Los niños del vallenato, quienes, sin duda, están entre los mejores embajadores del vallenato tradicional no solo en el resto de Colombia sino en el mundo. Con canciones de Rafael Escalona, Lorenzo Morales, Emiliano Zuleta y otros juglares han visitado, por ejemplo, escenarios de Reino Unido, Argentina, Portugal, Japón, Panamá, China, Noruega, Italia y Estados Unidos (EE. UU.).

Precisamente, en la Casa Blanca los recibió el presidente Bill Clinton, quien quedó tan emocionado con la música de los “pela’os” que en su libro Dar: cómo cada uno de nosotros puede cambiar el mundo, le dedicó un par de páginas a la obra de Gil, de la que dijo: “Cuánto me gustaría que en cada área de conflicto hubiese un maestro como ‘el Turco Gil’ y niños como Los niños del vallenato”.

Recién salido ese libro, en 2007, a la casa del ‘Turco’ le llegó un ejemplar directamente desde EE. UU, claro, era una edición en inglés. Le tocó ir, desafiando el calor del mediodía, al Colegio Bilingüe de Valledupar para que le tradujeran las páginas y cuando lo hicieron, los ojos se le deshicieron en lágrimas.

“Me fui hasta allá para que me hicieran ese favor, porque si no entiendo bien el español, mucho menos el inglés”, ríe, una vez más, ‘el Turco’, quien de lo que sí sabe, y mucho, es de ese pedazo de acordeón.