‘La Negra’ de ‘Beto’ Murgas

Jueves, 16 de Septiembre de 2021

En una sola noche, acariciada por la brisa templada que a mediados de año baja rauda de la Serranía del Perijá, La Negra enamoró a Villanueva.

Era 1971 y desde temprano, varios jóvenes de esa población del sur de La Guajira se habían citado para una parranda en la casa de la ‘Nena’ Baleta, con el fin de agasajar a unos amigos recién llegados de Valledupar. José Alberto Murgas, conocido desde niño como ‘Beto’ y a quien ya el gran Alfredo Gutiérrez le había grabado –Cariñito mío–, era uno de los anfitriones y el encargado de amenizar la noche, con su acordeón y su voz.

En el calor de la parranda, cuando ya se había escuchado temas de los diferentes artistas del momento y desfondado varias botellas de licor, ‘Beto’ Murgas, de 23 años, anunció que iba a interpretar una canción que recién había compuesto y que esperaba que les gustara. “Se llama La Negra”, agregó, nervioso, ‘Beto’.

Fragmento de La Negra, de ‘Beto’ Murgas

Casi no se volvió a escuchar otra cosa diferente en la noche y al amanecer del día siguiente en la parranda. Los amigos de Valledupar, entre los que estaban José Jorge Arregocés y algunos músicos, pedían, canción de por medio, que ‘Beto’ tocara y cantara ‘La Negra’; sonó tantas veces que ya cuando el sol empezó a despuntar, los visitantes la entonaban casi que como propia y se fueron a dormir tarareándola extasiados de felicidad.

Fueron ellos, en sus parrandas y correrías eternas por el Cesar y La Guajira, que dieron a conocer la canción en Valledupar, La Paz, Urumita, San Diego y todo pueblo al que llegaban a seguir la fiesta en la que andaban desde hacía varios meses. En Villanueva, por supuesto, se hizo casi que obligación desde esa misma noche y en adelante tocar La Negra en cada parranda.

Ante esa acogida, ‘Beto’ le entregó la canción a Alfredo Gutiérrez, quien no demoró en hacerla un éxito en todo el Caribe colombiano y en otros países. Luego, en la voz de Rafael Orozco con el Binomio de Oro, penetró en el interior de Colombia y siguió trascendiendo más allá de las fronteras. El embrujo de La Negra se había expandido.

“Esa canción –cuenta ‘Beto’ Murgas con cara de orgullo– hoy tiene alrededor de más de 40 versiones grabadas en vallenato, en merengue dominicano, tropical y salsa. Aunque en algunos casos no se me da el crédito, es mía, salió de mi inspiración y de mis vivencias”.

Isabel Cristina Saurith es la inspiración y vivencia de esa canción. La llamaban ‘La Negra’ y ‘Beto’ la veía pasar todos los días a pie de ida y regreso al colegio, desafiando el bochorno de las ardientes calles de Villanueva.

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“Nos hicimos novios, pero ella era muy celosa. No permitía que uno mirara a otras mujeres, esa era una característica de la villanuevera de esa época: vivían muy pendientes de uno en ese sentido. Entonces cuando ella tenía rabia me decía que ya no me quería y yo trataba de contentarla diciéndole que a pesar de toda su furia, yo sí la amaba”, relata.

Esa canción terminó de abrirle a Murgas la puerta grande del vallenato grabado, a la que había empezado a asomarse con Cariñito mío.El duende de la inspiración lo atrapaba en cualquier lugar, estudiando sus tecnologías, en parrandas, visitando a amigos y parientes en La Guajira y en el Cesar; así llegarían con el tiempo temas como Después de viejo, La sirena samaria, Grito en La Guajira, Nativo del Valle, Sigue la trilla y La gustadera, entre decenas que le grabaron Jorge Oñate, ‘Colacho’ Mendoza, Juan Piña, Los hermanos Zuleta, Los Betos, El Binomio de Oro y muchos más.

Sus más de 90 composiciones, asegura, nacieron de las vivencias que juiciosamente fue guardando en el archivo de la memoria y del corazón desde pequeño y que fue cebando a medida que iba creciendo, estudiando, viajando, parrandeando, trabajando en el Sena y, claro, enamorándose.

“Uno no tenía mentalidad comercial y no era tan dedicado, sino que, por ejemplo, en mi caso hacía canciones cuando me nacían, cuando parrandeaba con los amigos –explica–. Eso es lo que me daba satisfacciones; era una época bucólica, de pueblo. A uno le interesaba tener el aprecio de la gente, del amigo, y así muchas veces uno le hacía una canción al compadre, a un caballo, a los cultivos o unos versos a una mujer con nombre y apellido. Eran vivencias muy locales, de campo, que, sin embargo, trascendieron e incluso desde entonces ayudamos a internacionalizar el vallenato”.

Hoy la vida se mueve a otro ritmo y en otros escenarios, recalca meneando un precioso acordeón con diferentes tonos de azul brillante (uno de los cerca de 80 que tiene en su casa y en el Museo del Acordeón que él mismo fundó en Valledupar): los músicos tienen vivencias diferentes, muy urbanas y eso es lo que van a componer e interpretar. No le van a cantar a La Sierra, como hacía el viejo Emiliano –anota–, o al río Tocaimo, como Leandro Díaz.

Así, como estas últimas, fueron las experiencias de ‘Beto’ Murgas. Incluso desde muy pequeño, en la década de los 50 y 60 del siglo pasado, cuando lo mandaban a la finca de sus abuelos a Cascarillal, en La Sierra de Urumita, y allí veía pasar y tocar a los juglares que iban de pueblo en pueblo cantando, llevando noticias y alegrando la vida de todos.

Fue allí donde, en el amanecer de una parranda, el niño ‘Beto’ Murgas tomó un acordeón que el dueño, en una de las siestas de la borrachera, dejó arrumado en una esquina y, por primera vez, empezó a tocar los teclados y a abrir el fuelle, a sacarle las notas que asemejaban a las que, con sus amigos de cuadra y colegio, en Villanueva, extraía de latas, peinillas y picos de botella ajustados con papel celofán.

Sí, desde niño, casi desde que nació, a las 7 de la mañana del 8 de septiembre de 1948, ‘Beto’ Murgas ha vivido con la música. En la casa, su papá era miembro de bandas; al frente vivía y ensayaba Reyes Torres y su orquesta; su patio colindaba con el de ‘Juancho’ Gil –el padre de Andrés ‘el Turco’ Gil– y las notas de la trompeta que tocaba inundaban toda la cuadra, y los vecinos de los lados eran Antonio Amaya, un famoso músico guajiro, y el viejo Emiliano Zuleta Baquero, el mismo de La gota fría.

No podía ser otra cosa: ‘Beto’ Murgas estaba signado para componer merengues, puyas, sones y paseos, como La Negra, la que, aunque celosa, enamoró una noche fresca a Villanueva y luego a toda una región.