Isaac ‘Tijito’ Carrillo, el enamora’o

Jueves, 16 de Septiembre de 2021

‘Tijito’ le agradece a Dios haber nacido “feíto, negrito y bajito”. Lo dice mientras se acomoda el sombrero blanco alón que siempre lo acompaña para guarecerse del obstinado sol que desde muy temprano empieza a castigar a Valledupar, a una hora por carretera desde San Juan del Cesar (La Guajira), donde nació justo a las 12 del día del jueves 3 de junio de 1937; en la Calle del Embudo, para más señas.

“Yo me les acercaba a las muchachas y como me veían chiquito se iban, entonces en esa pena componía una canción; otra muchacha me abandonaba y otra canción, y así cada rato. Si no hubiera nacido de baja estatura, negrito y feíto, no me hubiera vuelto compositor”, afirma Isaac Carrillo, como bautizaron Víctor Guillermo Carrillo Pinto y Ana Basilia Vega Brito al mayor de sus siete hijos.

Lo de ‘Tijito’ viene desde la cuna. Su abuela Nicasia Vega al verlo decía con frecuencia: “¡Ay niña, mi pobre tijito (por decir hijito) no va a crecer mucho!”. Fue premonitorio y bautismal, pues Isaac nunca pasó de los 1,58 metros y se quedó para siempre con el apodo.

Pero ser bajo de estatura, “feíto y negrito” no es un obstáculo para que ‘Tijito’ sea un conquistador y mucho menos para que en esos trances del amor y, por supuesto, del desamor, haya compuesto canciones que se salieron de las reverberantes carreteras, calles, pueblos y ciudades del Caribe colombiano para atravesar todo el país y el mundo, como La Cañaguatera y Diez de enero.

Estas canciones, que si bien fueron escritas con la amarga inspiración que dan las penas de amor, con el tiempo le dieron alegrías y reconocimiento a ‘Tijito’ y le han ayudado a vivir a este, uno de los maestros del vallenato tradicional, quien aún no pierde ocasión para cantar unos versos y para enamorar.

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Lo de “enamora’o” le nació con el despertar de la adolescencia, como a los 13 años, cuando iba de casa en casa en San Juan ofreciendo en calambucos el agua que sacaba del río Cesar y veía a las muchachas sentadas en taburetes o mecedoras tratando de escapar al calor de la mañana debajo de las sombras de los almendros o los mangos.

Entonces, embelesado y enfermo de amor, por la tarde volvía al río y componía versos a las muchachas que había visto, mientras, con un palito, trazaba en la arena corazones flechados y guardaba las incipientes letras en las extensas páginas de su memoria porque para ese entonces ‘Tijito’ ni escribía ni leía.

Desde esa época ‘Tijito’ Carrillo adoptó el método de primero hacer la melodía y después la letra de sus canciones, que son más de 80, y le rindió mucho más cuando aprendió a leer y escribir gracias a la madrina de su hermano Víctor. “La melodía es la base, es el cimiento. Ella le dice a uno por una frase por una ‘t’ por una ‘i’ cómo debe de encajar la cuestión. Así componía Leandro Díaz, Julio Vásquez y el maestro Rafael Escalona. Nadie me enseñó o me dijo que hiciera así, sino que salió de mí, Dios me dio esa manera”, apunta.

Así fue como entretejió la música y las letras de La Cañaguatera. Corría finales de 1967, ya después de pasada su época como mesero de cantina, albañil y ayudante y chofer de bus, cuando conquistó a Duvis Guillén, una morena maciza de 25 años que vivía en el barrio El Cañaguate, de Valledupar.

Llevaban varias semanas de amores y ‘Tijito’, ya separado de su primer matrimonio y dedicado a la música, le propuso en repetidas ocasiones a Duvis que conformaran un hogar, sin embargo, ella se negaba. Resuelto a obtener un sí, una tarde llegó a la casa donde vivía la mujer de piernas de ceiba y piel trigueña: la casera le dijo que no estaba, pero que su amor le había dejado una carta.

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En ella, con una caligrafía primorosa, Duvis, “la melosa y salamera”, le decía que lo sentía mucho pero que se había ido a Venezuela a buscar mejores horizontes económicos, pues le aterraba llegar a vieja lavando, planchando y cocinando. Con la realidad minándole el alma, ‘Tijito’ se fue para su casa; no había pasado media hora cuando su desgracia ya era la comidilla de todos los músicos que vivían en El Cañaguate.

“De ahí en adelante me decían ‘se te fue la hembra’ y toda clase de burlas. A los pocos días me llegó la inspiración y conté lo que me pasó en La Cañaguatera, eso sí, metí esa frase ‘En El Cañaguate, quedó mi martirio’ por esa ‘mamadera de gallo’ de los compañeros de la que yo me reía, pero con el dolor y el vacío del abandono por dentro”, relata ‘Tijito’.

Pero, providencialmente, las muchas penas de amor que ha sufrido son tan extensas como su estatura: a las dos semanas ya estaba cantando vigoroso con los grupos musicales, grabando y, claro, enamorando a la mujer que le gustara. En fin, recolectando vivencias para confeccionar sus canciones.

Aún compone, aunque sus temas no son tan comerciales. “Los tiempos han cambiado y hay que innovar, no resentirse porque esas son cosas naturales y hay que aceptarlas, no envidiarlas –apunta ‘Tijito’ Carrillo’–: si aquel come manjares, que coma manjares, si yo como un pedazo de yuca con queso rallado, como eso. Eso sí, si una canción es de uno, que pongan el nombre del compositor en la televisión o en las emisoras, así sea uno feíto, negrito y bajito”.